sábado, enero 12, 2013

vOlver a escribir...

Ufffff, hace cuánto que no escribo! Qué bueno es retomar viejos hábitos...

Hoy salí tarde del laburo, pero tenía que hacer tiempo para ir a lo del Pelado. Así que cuando bajé del bondi evalué mis opciones: ir a casa por 15 minutos y sucumbir ante las garras de la paja veraniega (enfermedad terrible que incluye 3 antiguas pajas: la navideña, la paja de fin de año y la de reyes, y que es capaz de causar estragos en la vida de un ser humano común y corriente, como pasarse 6 horas enfrente de un ventilador intentando no parpadear...) la otra opción era yirar un rato. 
Obvio que opté por la segunda, fui al kiosco de diarios, compré la Rolling Stone de enero (en la tapa estaba Page, así q bien...) y me mandé para el barcito de siempre a tomar algo fresco.
Resulta que llego y estaba cerrado... "puta que lo parió" pienso, y después me arrepiento, "bue, che, merecen vacaciones los locos..." así que encaré para otro bar, uno bastante careta, pero el único del barrio con sector fumadores y ventilador en el mismo.
Llego y manoteo la carta (aparte del calor insoportable y  la deshidratación severa que me estaba aquejando, me había empezado a picar el bagre)
"Ya fue" pienso, y le pedí al mozo un jugo de naranja con una medialuna de jamón y queso.
Felicidad extrema. Abrí mi revista y la empecé a mirar. Mientras estoy leyendo las idas y venidas de Page con Robert Plant, con la misma cara de "uh, che, mirá que loco" que pondría una señora bien en la peluquería al leer sobre la última pareja sexual de Nicolás Cabré, aparece el señor mozo. Y el tipo pone en mi mesa (paso a relatar): un vaso de 30 cm, forma irregular, de un vidrio tan bizarro que parecía (era???) cristal. El sorbete (no voy a escribir pajita, no voy a escribir pajita...) era de colores y tenía cosas y papeles de colores en toda su extensión. A lo largo del borde del vaso, una serie de frutas cortadas y enganchadas que juro por Nietzsche que tenían forma de animales. Al lado pone un plato. Blanco, cuadrado,algo grande con un ribete dorado... dentro de él mi medialuna con jamón y queso (bastante chiquita y pedorra por cierto) con un pinche arriba con una aceituna y una cereza. Alrededor de la factura, un dibujo abstracto hecho con caramelo y unas hojas de vaya uno a saber si era lechuga, rúcula, eucalipto o cicuta (marihuana seguro que no era). Una servilleta de papel y unos cubiertos asociados a la sonrisa del mozo terminaron de completar una escena tan bizarra y de mal gusto como careta. 
Así que yo estaba ahí, con mi revista, mi paquete de Felipes Morris, mi flequillo hecho un desastre, mugrienta como yo sola, después de haber laburado todo el día como una cabra. Miro a mi alrededor y el panorama empeoraba. Claro, era viernes. Las parejitas empezaban a llegar, pedían picadas descomunales con paltas en el centro talladas con la cara de Platón o el Mono Burgos, vinos acompañados de tablas con quesos que jamás vi en mi puta vida (posta algunos eran producto de ingeniería genética) rabas enlazadas a otras cosas que nunca supe qué carajo eran y puedo seguir...
Un poco avergonzada (no voy a mentir...) apuré mi juguito y mi mini medialuna, terminé la nota, le pagué al señor mozo (de más está decir que me rompieron el ocote por la facturita rellena de monja y las dos naranjas exprimidas) y marché a lo del Pelado.
Cuando salé pase por el chino, llegué a casa y mientras me preparaba un sánguche de salame y queso con pan francés puse una de Capusotto, como para sentirme un poco más del barrio, vió?